miércoles, 12 de febrero de 2014

Complemento de régimen.

Una vez tuve un hogar. Aún recuerdo el último día en el que estuve allí. Fue un radiante otoño. El otoño más bello que jamás he tenido la oportunidad de vivir.El árbol que reposaba junto a mi ventana filtraba con sus hojas anaranjadas la deslumbrante luz del sol. Sólo algunas pequeñas nubes rezagadas deambulaban por el cielo. La estación había cubierto con un manto de colores cálidos toda la región. Las hojas caían como copos de nieve. El sonido de su roce parecía el rumor de las olas del mar. Sus colores no tenían nada que envidiarle a las flores en primavera. La estación perfecta. De pronto nada me apetecía más que sentirlo en mi propia piel. Tomé mi vieja bicicleta. Estaba algo oxidada, pero para mi sorpresa las ruedas aún se encontraban en un estado aceptable. Aquella fue la última vez que la usé. Salí al exterior cerrando la puerta tras de mí. Una brisa fría y húmeda inundó mi cuerpo rápidamente, pero no me estremecí lo más mínimo. Mi bufanda y mi pelo ondeaban al son del viento que llegaba desde el oeste. Me monté en mi bicicleta y comencé a pedalear. El aire en mi cara me hacía sentir libre. Dejé atrás mi avenida y me dirigí a las afueras de la ciudad, donde había un parque. Los caminos de grava estaban rodeados de árboles altos e imponentes que también se desprendían poco a poco de sus hojas. El lago del parque centelleaba y reflejaba los colores de los alrededores. Aquello era formidable. Nunca me había sentido igual. Sabía que pertenecía a otro lugar y que partiría al día siguiente para encontrarlo, pero en mi vida de trotamundos jamás he visto un otoño tan hermoso como el de mi ciudad. Tal vez mi destino no sea un lugar concreto, tal vez mi destino sea el mundo entero. Cada punto de este planeta tiene algo que adorar.